Un recorrido en broma y exagerado por 8 tipos de surfistas que pueden avistarse por acá o allá. Desde anónimos talentos con nada que envidiar a los grandes renombres, el impertinente amateur, o hasta los que parecen salidos de una revista de moda o atletismo, ostentando cabellera blonda y ravioles esculpidos en abdominales, aunque de surf poco y nada…
Todos podemos tener un poco, mucho o nada de ellos, aunque probablemente algunos de estos perfiles suenen familiares. A continuación 8 tipos de surfistas, o más bien caricaturas que suelen emerger en los más variados rincones costeros.
El surfista amateur
Identificable por sus atuendos e implementos surferos último modelo, el surfista principiante se la pasa viendo vídeos y actuaciones de sus competidores predilectos. Está alegre por naturaleza y no le importa caerse setecientas veces, ni pillar ninguna ola. Rema con desesperación cada ola, como si todas fueran surfeables y en ese intento se estampa su continua sonrisa.
Incluso interfiere constantemente a otros, pero no lo hace de malo. Sólo de mal surfista, o de quien da sus primeros pasos y ni sabe lo que hace. Los wipeout son su especialidad y el surf su más apasionada debilidad.
El prototipo
Las apariencias engañan. No todo rubio recalcitrante con cara aniñada, torso de película y ropa de las mejores marcas es John John Florence. Mejor dicho, nadie es Florence.
Esta clase de surfistas suelen tener un completo kit de accesorios surferos, compran drones o Go Pro como quien compra parafina para tabla y no escatiman en cuanto implemento salga al mercado.
Quieren aparentar su estatus de surfista en cuanta ocasión haya, exhibiendo su arsenal surfero fuera del agua como si se tratara de innovadoras maniobras lanzadas sobre olas. Gran parte de su tiempo ni siquiera tienen tiempo de surfear, pues no paran de tomarse fotos y compartirlas en las redes.
El profesional
Sin excepciones, salvo por motivos de fuerza mayor, estos corredores se han tomado muy en serio la competición y el surfing profesional. Su vena competitiva los lleva a dar todo en cada ola, midiéndose incluso contra principiantes que, sabia y ejemplarmente, sólo quieren disfrutar de una sesión de olas.
Encarnizados con perfeccionar sus aéreos e imitar osadas piruetas una y otra vez, incluso hasta el cansancio, obstinadamente, enojándose con ellos mismos como si fueran sus propios coachs.
Para ellos, surfear es entrenar siempre, no importa dónde, cuándo ni en qué condiciones. Se colocan metas cada vez más elevadas, como si se tratara de una permanente carrera sin techo. Relájense…
La leyenda viviente
Con una intachable reputación local, estos viejos barbudos de aspecto hippie son auténticos veteranos lobos de mar. Acojonan sin intenciones y odian el amontonamiento de surfistas, anhelando nostálgica e inevitablemente otros tiempos que ya no volverán.
Son un repertorio vivo de experiencias e historias que ni siquiera importa cuán verdaderas sean, proyectando un resplandor casi de leyenda viviente.
Aman lanzarse en el agua y apoyarse luego contra su furgoneta mojados, esperando secarse mientras empinan una cerveza y se entregan al descanso contemplativo cuando baja el sol.
El ex surfista hoy “pasado”
También hablan de otras épocas, o de unas que nunca existieron. Dicen que en su pasado surfeaban o que incluso cada tanto lo hacen, aunque nadie los haya visto jamás montando una tabla.
Por un lado, mejor, pues están todo el día volando entre humos y beberajes, desparramados en la arena como una ballena parlanchina, sin parar de hablar, cautivados por las magias de los surfistas dentro del agua y esperando la primera ocasión para encontrar compinches en la playa, a quienes convierten en rehenes de sus fábulas e historias.
El colado
La jornada se perfila perfecta. El sol colorea las aguas y las olas no paran de bombear. Está por llegar una ola especial, imposible de desaprovechar, pero justo y repentinamente aparece un colado desde no se sabe dónde, que sin ánimos de estropear a nadie termina frustrando la remada o lastimando a alguien. Son, por momentos, un peligro viviente.
Lo hacen sin intención, pero tienen la maldita capacidad para aparecer en el momento más inoportuno y sacan excusas ante cada reproche: “Pa, ni te vi”, “La próxima es tuya” o hasta un insolente “¡Gracias bro!”.
El freesurfer anónimo
Nadie los conoce y no hacen nada para que los conozcan. Sus nombres, apellidos o apodos son todo un enigma. A veces, son los protagonistas de historias contadas al final de una sesión: “¿Vieron al chaval morocho? Qué pasada, nunca lo había visto. Qué estilo, qué elegancia…”. Sin poses ni ostentaciones, surfean por surfear, bastándoles el simple hecho de estar con la tabla, montando olas.
A menudo van solos, surcando en solitario los oleajes, sin necesitar que otros los observen ni alaben. Su estilo es una delicia, da placer verlos y ellos ni siquiera se enteran que están siendo vistos. Sin más, reman y surfean. Punto. Y al estilo clásico, trazando líneas, sinceramente desinteresados en tendencias, aéreos o nuevas tablas.
Los jinetes de mastodontes
En su caso, el tamaño sí importa. Es hasta determinante. No encuentran el sentido de lanzarse en olitas. Saben que no son “Twiggy” Baker ni McNamara y que nunca lo serán, pero aunque no tengan el entrenamiento y potencia de ellos, les sobra coraje. La adrenalina y el valor corren por su sangre, impulsándolos a imposibles.